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HISTORIA DE MIRANDA DE EBRO

Desde sus orígenes, la historia mirandesa aparece determinada por su excepcional posición geográfica. A caballo entre La Rioja, el País Vasco y Castilla, ha sido, a través de los siglos, una pieza estra­tégica y comercial de primer orden. Sus importantes vías de comunicación fueron el revulsivo que potenció el desarrollo de la Ciudad, transformando una economía agrícola-ganadera en otra eminentemente industrial y volcada en los servicios. Paralelamente, la población cambió su aspecto urbano y rompió la seguridad de sus murallas para expandirse con fuerza ocupando ambas márgenes del río Ebro.
 

Poco conocemos de la prehistoria local. Puede aseverarse –como primer dato fehaciente– que la fértil vega mirandesa estuvo ocupada por comunidades de berones y autrigones. De la dominación romana, aparecen en la comarca numerosos vestigios, descubiertos en muchas de las excavaciones arqueológicas realizadas en la zona. Así, núcleos y barrios cercanos a Miranda aportan testimonios de la época: Cabriana, su villa y necrópolis; Arce Mirapérez, sus restos arqueológicos; Ircio, su estela miliaria; y, en el vado de Revenga, los restos de un poblado. Datos todos que avalan la importancia del valle, atravesado por las más importantes calzadas romanas así como por numerosas vías secundarias de comunicación.

En el bajo medievo, Miranda de Ebro adquiere –gracias a su Carta Fuera de Repoblación, concedida por Alfonso VI en el año 1099– un notable peso económico, ya que por su puente debían pasar y tributar obligatoriamente todas las mercadurías que se dirigían a las Vascongadas, Burgos y La Rioja; de su período gremial, nos hablan los nombres de algunos cantones y rasgos costumbristas de evidente sabor medieval. El privilegio foral contribuiría sin duda a la aparición de una creciente actividad mercantil.

Complementariamente, el 27 de noviembre de 1254, el rey Alfonso X el Sabio otorgaba en la ciudad de Burgos a Miranda el privilegio de celebrar la denominada "Feria de Mayo".
Privilegio de concesión de la Feria de Mayo por el monarca castellano-leonés Alfonso X

El 2 de abril de 1332, era Alfonso XI quien concedía en Vitoria a nuestra localidad el privilegio de celebrar una segunda Feria anual: la "de Cuaresma", más tarde denominada "del Angel" y "de Marzo". No se trataba de fenómenos particulares, sino de actos enmarcados dentro de una política general de potenciación de las ferias como elemento dinamizador de la economía e, indirectamente, del afianzamiento poblacional.

Refiriéndonos concretamente a la segunda concesión, cabe señalar dos razones: la necesidad de seguir manteniendo una población importante en un lugar geográficamente tan estratégico como era el de la Villa de Miranda dadas las continuas tensiones políticas y sociales de la época, y el interés del Monarca en que la población mirandesa continuara creciendo en un momento en el que probablemente empezaban a notarse los primeros indicios de la recesión económica del XIV.
Se establecían, por lo tanto, en el otorgamiento de 1332 una serie de facilidades encaminadas a lograr la atracción del mayor número posible de mercaderes, entre las que cabe destacar la seguridad personal y la exención fiscal de todo tributo, incluido el portazgo, a cuantos llegasen a nuestra población durante los días de feria. Garantías que incluían el establecimiento de la pena para quien transgrediera la normativa legal: una sanción de cien maravedíes.

En el último tercio del siglo XIV, la villa amurallada ve potenciado su aparato defensivo con la construcción de un castillo en el Cerro de la Picota, ordenada por el Conde Don Tollo. Convivieron secularmente en la urbe cristianos y judíos; tras la expulsión de éstos, su sinagoga fue durante algún tiempo sede del Ayuntamiento en virtud de una merced de los Reyes Católicos.
 


El Ebro a su paso por Miranda, 1823. Grabado de CaminadeEl siglo XVI es el de mayor esplendor artístico de la villa, floreciendo en Miranda un importante foco de escultura romanista, cuyo máximo exponente sería Pedro López de Gámiz. La imaginería local y el buen hacer en la talla de madera dan fama a la villa, y durante siglos se mantienen activos talleres de cierto renombre.

A mediados del siglo XVIII, la villa había iniciado su progreso con la instalación de algunos talleres artesanos, fábricas de cuero y molinos comunales. A finales de esta centuria, y dentro del reformismo borbónico, se produjo un afán urbanístico sujeto a una tendencia artística, el neoclasicismo, que en nuestra ciudad tuvo además carácter de necesidad ya que a raíz de la riada de 1775 desaparecieron numerosos edificios de la villa, entre ellos el Ayuntamiento y el mismo puente. La construcción del nuevo puente fue encargada al arquitecto riojano Francisco Alejo de Aranguren, quien posteriormente, y junto a Santos Ángel de Ochandátegui, ejecutó las obras del nuevo Ayuntamiento conforme al proyecto revisado por Ventura Rodríguez, arquitecto mayor de la Villa y Corte de Madrid, por lo que el edificio es un fiel reflejo de la estética neoclasicista impuesta por la Academia.
 

En 1795, cuando las tropas de la Convención Francesa invaden España, el frente de guerra se estabiliza en la línea del Ebro. Los mirandeses impidieron entonces que las fuerzas invasoras traspasen la barrera natural del río, volviendo los franceses sobres sus pasos al firmarse la paz en el Tratado de Basilea. Años después, en la Guerra de la Independencia, el ejército francés expolió la villa llevándose en su retirada un valioso botín económico y artístico.

Cuando corría el tumultuoso segundo tercio del siglo XIX –con los fratricidas conflictos entre isabelinos y carlistas asolando el solar patrio- Miranda vuelve a resonar con fuerza en el fragor de las revueltas por dos hechos acaecidos en la entonces villa: en severísimo consejo de guerra, fue condenado a pena de muerte y fusilado el célebre general carlista Carnicer; en la rebelión de las tropas del regimiento de Segovia, acantonadas en nuestra ciudad, fue asesinado en la Casa de Las Cadenas por los soldados amotinados el General en Jefe de los Ejércitos del Norte, D. Rafael Ceballos Escalera.

Históricamente agrícola y ganadera, Miranda de Ebro tenía a mediados del siglo XIX cierto peso como centro comercial de la comarca. Más del 55% de la población activa se dedicaba entonces a los trabajos del campo, contando por otra parte la localidad con algunos molinos harineros, cinco telares, cuatro fábricas de curtidos y varias tiendas. A principios del XIX, se habían instalado algunas pequeñas industrias papeleras, preludio de uno de los sectores que mayor peso alcanzaría en la ciudad. Su población, sin embargo, había disminuido, a causa de hambres y epidemias, de los 2.077 habitantes del año 1827 a los 1.742 del año 1848.
 

El gran despegue mirandés se produce en 1864, con la creación de las líneas ferroviarias Madrid-Irún y Tudela-Bilbao, traducida en un pujante crecimiento poblacional, en la diversificación funcional de núcleo con la aparición de las primeras industrias de cierta dimensión, y en la multiplicación de su sector comercial. Iniciada la primera de las líneas por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España" en 1856 y la segunda en 1857, en el año 1864 estaban en activo ambas líneas en nuestra ciudad. Entre 1848 y 1860, la población crecía un 66%, ascendiendo a 2.896 habitantes, como conse­cuencia de las obras de construcción y puesta en explotación de las vías férreas. Los veinte establecimientos comerciales de 1854 pasan a ser ochenta y uno en 1890, yse crean pequeñas fábricas de transformación de productos agrícolas, tejería, loza, papel, curtidos y jabón. En 1891, la Sociedad "Tobalina, Zárate y Cía" crea la primera central eléctrica local.


Montaje de la empresa FEFASA

El crecimiento poblacional, la diversificación funcional del núcleo y la multiplicación de su sector comercial se aceleran en el siglo XX. Entre 1910 y 1920 nacen pequeñas industrias del metal (calderería y calibrados) al amparo de las necesidades del ferrocarril, sector que seguía siendo el que mayor número de personas empleaba. Se crean después fábricas de estructuras metálicas para la construcción, y de herramientas agrícolas, a las que se suman dos fundiciones en 1919, se amplía “Fundiciones Perea”, una de las tres existentes entonces en España que tenían como objeto la creación de campanas y relojes; en 1922, se instala la “Tejera de Miranda”.

El 14 de octubre de 1925 se inaugura la fábrica "Sociedad Azucarera Leopoldo". En 1948 inicia su producción la papelera "FEFASA", con sucesivas ampliaciones hasta 1952, empleando en el año 1958 a 2.424 trabajadores. En 1960, se comienza la construcción de "REPOSA", que entrará en funcionamiento dos años después. En 1963 se instalaba en Salcedo "INCOSA", junto a "GEQUISA", existente desde 1948. El aumento demográfico de la ciudad es ininterrumpido: si en 1900 se contabilizaban 6.199 habitantes, en 1910 eran 7321; en 1920, 8.615; en 1930, 12.268; en 1940, 15.166; en 1950, 18.094; en 1960, 27.881; en 1970, 33.905; y en 1980, 37.026. Posteriormente, asistiremos a un marcado estancamiento poblacional

En los años ochenta, las tendencias industrializadoras cambian: se multiplican las pequeñas y medianas empresas, especializadas en las más diversas actividades y con una fuerte vocación exportadora, en sustitución de las anteriores iniciativas industriales de gran formato. El Polígono Industrial "Bayas", concebido por la Gerencia de Urbanización del Ministerio de Vivienda en 1969, recibía en julio de 1981 las primeras solicitudes de instalación de una serie de empresas, a las que no han parado de sumarse otras hasta superar el centenar. La existencia de un sector comercial diversificado es otro elemento característico de la fisonomía mirandesa.

Nuestra ciudad –hermanada desde el 9 de mayo de 1992 con la localidad francesa de Vierzon celebró con un completo calendario de actividades a lo largo del año 1999 el noveno Centenario de la concesión de su Carta Fuero de Repoblación por el monarca Alfonso VI, actos oficialmente inaugurados por la infanta real doña Cristina de Borbón. En el año 2007 Miranda de Ebro celebró el Centenario de la Concesión del Título de Ciudad por el Rey Alfonso XIII el 7 de julio de 1907.

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